NO ME BENDIGAS
(La noche que renuncie a mi herencia)
Entre a orar como era mi costumbre pero; esa noche sentí un
abandono absoluto de parte de Dios: no sentí al Padre, no estaba hijo y no
había Espíritu Santo. Me sentí como un niño que se queda encerrado solo en una
habitación oscura y comienza a llamar a sus padres; tal cual fue mi reacción
entre lágrimas durante varios minutos solo podía decir:
—¡Papá, Papá, Papá!
Por más que clame nadie llego, solo después de un buen
tiempo tuve una experiencia espiritual:
Llore mientras estaba sobre mis rodillas, y me vi sobre una
gran alfombra roja, delante de mi apareció la más grande puerta que jamás haya visto;
una puerta fabricada en madera oro y algunas piedras preciosas, tan
inmensamente grande que es imposible de abrir por un hombre. La puerta estaba
cerrada y yo sabía que detrás de esa puerta estaba el Padre. Se acercó a mi
alguien con un mensaje:
—Toma tu herencia y vete.
—¿A qué te refieres con eso?
—Toma tu bendición sentimental (vas a tener tu esposa y tus
hijos), toma tu bendición familiar (toda tu familia se va a convertir), toma tu
bendición económica (vas a tener carro casa y empresa) y toma tu bendición
ministerial (vas a ser pastor como siempre lo has soñado) pero no podrás entrar
a la habitación del Padre, ya no vivirás más en su casa, ya no vivirás más en
su intimidad, podrás darle una visita de vez en cuando pero no podrás vivir
acá, solo administra bien tu herencia y no tendrás que volver como el hijo
prodigo ¡Con olor a cerdo!.
El error del hijo prodigo fue gastar su herencia viviendo
perdidamente, pero el salió de su casa con la bendición del Padre, donde el
administre bien su herencia prospera. Cuantos hijos pródigos han tomado su
herencia, solo que no se nota porque la están administrado bien. Dios me estaba
ofreciendo ser pastor, para ser pastor se requiere comunión con Dios pero no
necesariamente intimidad con el Padre. Cuantos cristianos hay bendecidos en
todo, pero aunque oran todos los días solo visitan al Padre de vez en cuando.
Prosigamos con la historia:
Después de un tiempo dos ángeles se me acercaron y me
dijeron:
—Tienes que salir, él no te va a recibir.
—(Yo solo lloraba), No me toquen yo soy hijo.
Nunca en mi vida llore tanto como en esa noche, estaba a
punto de ser bendecido pero perdiendo a Dios. Luego de unos minutos aparecieron
unos diez ángeles que custodiaban la presencia de Dios, se acercaron, me
rodearon y me iban a tomar para sacarme a la fuerza. Nuevamente hable:
—¡No me toquen, yo soy hijo, yo soy su hijo y él me va a
recibir!.
Ellos se apartaron como si me conocieran, como si lo que
estuviese diciendo fuera la verdad. Al instante apareció el acusador: oscuro y
sombrío, con forma de hombre, con un traje oscuro de pies a cabeza, parecía
tener en su mano algo como un cigarro. Dirigió su voz hacia mí y dijo:
—Él ya te corto, él no te va a recibir, deja de llorar, él
ya te corto de su presencia.
— ¡Cállate! en el nombre de Jesús (fueron mis únicas
palabras para él y el enseguida guardo silencio). Me dirigí hacia Dios:
—Yo para que quiero una bendición sentimental si tu no vas a
estar en mi hogar, yo para que quiero una bendición familiar si tú no has de
estar en medio nuestro, yo para que quiero un carro una casa una empresa si no
voy a tener el gozo que solo me vas a dar tú, yo para que quiero ser pastor si
tú no has de ir conmigo si tú no has de ser mi pastor,¡No acepto!, no me
bendigas, renuncio a mi herencia, no quiero nada te quiero a ti, no me quites
tú presencia, no me la quites— (sabía que no me podía levantar de mis rodillas
hasta que no obtuviera una respuesta positiva, que si lo hacia saldría
perdedor). Mi oración fue genuina, estaba renunciando a todo por él y créeme
que en estos años ha sido probada mi oración.
Comencé a clamar, a pedir ayuda a Jesús y perdón por varios
minutos, hasta que sentí que el llego, coloco su mano sobre mi hombro y me
dijo:
—Todo va a estar bien.
Después de unos minutos escuche la voz del Padre detrás de
la puerta:
—No más, corta con aquello que tienes que cortar. (Y todo
termino todo).
Yo no sabía si mi oración había tenido éxito o no, si podría
vivir en su presencia o solo visitarlo de vez en cuando. La respuesta llego
cuatro días después:
“El siervo no permanece en casa para siempre; mas el hijo
permanece para siempre”. (Juan 8:35)
Por: Roverg Giraldo
Roveiro.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario